Comentario
La coronación de un faraón era uno de los acontecimientos más importantes en la vida del antiguo Egipto. Las ceremonias fueron variando con el paso de los años, aunque el esquema general se mantuvo constante.
El faraón, coronado a la muerte de su antecesor, precisaba una única ceremonia de coronación. Pero los egipcios consideraban que el paso del tiempo hacía que el faraón, cabeza sobre la que se sustenta el país, iba perdiendo vitalidad y poderes, tanto físicos como religiosos, por lo que se hacía necesaria una o varias nuevas coronaciones, que se realizaban en el transcurso de una fiesta solemne llamada Heb Sed.
A la muerte de un monarca, y tras un periodo de luto, el nuevo rey era elegido por los dioses. Fijado un día para el acto, en medio de la alegría popular, en el palacio de la capital tenían inicio los actos de la primera coronación, en presencia de la familia real y altos dignatarios. El acto principal consistía en la proclamación de sus nombres dinásticos, es decir, su titulatura, y una serie de purificaciones. Después se sucedían tres ceremonias. En la primera -kha neswt y kha siti- el rey aparecía con la doble corona del Alto y el Bajo Egipto. El nuevo rey, llevando un cayado, el látigo de Osiris y una única corona -seekhemty, símbolo de la unión del Alto y el Bajo Egipto-, debía subir a un estrado en el cual se habían colocado dos sillones ceremoniales, en los que debía sentarse para presentarse ante sus súbditos. La segunda era la llamada "reunión de las dos tierras" -sema tawy- y consistía en entrelazar papiros y lirios, símbolos del N y del S del país, respectivamente, en torno a un pilar de madera -sema- de punta bífida. De esta forma las dos regiones de Egipto se imbricaban y, pues el pilar se insertaba en el trono real, el monarca quedaba bajo la protección de las dos plantas simbólicas de Egipto. Después, ya coronado, disparaba su arco hacia los cuatro puntos cardinales, señal de dominio universal.
La tercera y última ceremonia era la "procesión alrededor del muro" -pekherer ha ineb-, en la que el nuevo rey debía correr el muro en torno del palacio, delimitando simbólicamente así al país en su recorrido y dispensándole protección mágica.